Todo lo que nos sucede en la vida se gesta en la mente.
Las creencias, que nos han ido dando forma a lo que hoy somos, son muy fuertes y generan programas en nosotros y en los demás. Me refiero a programas de pensamiento, de actuación, que en definitiva nos definen como personas y dirigen nuestras decisiones a diario. Además siendo seres intrínsecamente emocionales como somos, vivimos nuestras experiencias y las guardamos en nuestra memoria consciente o inconsciente gracias a la emoción que acompaña a todo acto y a toda vivencia.
Estas creencias junto a las experiencias vividas son la materia prima de nuestros pensamientos. Todos nosotros somos información que se ha ido creando a partir de las experiencias y a partir de nuestras creencias heredadas de nuestro entorno y familia.
En muchas ocasiones no estamos felices con el rumbo que está tomando nuestra vida y adoptamos un papel de víctima para justificar la «mala suerte» que estamos teniendo con nuestra vida. Este estado de victimismo puede llegar por una enfermedad propia o de algún familiar, por alguna crisis en cualquier ámbito de la vida, ya sea trabajo, amistades, economía… Pero lo que es común en cualquier caso es que vemos como causante de nuestras penurias algún agente externo o la propia mala suerte.
Es necesario hacernos responsables de nuestras propias vivencias para salir del victimismo y poder dar un giro a nuestra vida. Y todos tenemos el poder necesario para cambiar nuestras vidas. Para ello es indispensable sentirse responsable de todo lo que nos sucede, así como observarnos y entender qué es lo que nos está sucediendo y hacia donde tenemos que virar el rumbo de nuestra existencia. Cada uno de nosotros tiene el poder de elegir cuales son las bases de su vida, y a partir de ahí intentar ser coherentes entre lo que sentimos, pensamos y hacemos. Dejando de lado el papel de víctima y tomando las riendas de nuestra vida.
Para poder dar este paso es necesario una toma de conciencia sobre donde estamos en estos momentos. Realizar un ejercicio de auto observación para empezar a conocernos de verdad, reconociendo nuestras limitaciones y también nuestros dones, reconociendo nuestros miedos, reconociendo el funcionamiento de nuestra mente, de nuestras emociones. Todo aquello que en nuestra vida supone una dificultad, lo que yo llamo nuestro talón de aquiles (lo que más nos cuesta, donde siempre tropezamos) será uno de los focos del análisis, ya que la propia toma de conciencia nos dará mucha comprensión. Sintiéndonos responsables comenzaremos a virar nuestro rumbo, buscando más coherencia en nuestra vida para, en definitiva, conseguir la tan buscada paz interior.
Pero no solo se trata de observar en nuestro interior. Todo lo que nos altera y lo que no soportamos en los demás o en el exterior nos dará pistas para encontrar donde está el desequilibrio. Hay que entender que todo aquello que nos molesta de los demás, no es más que un reflejo de algo nuestro. La mayoría de las acciones son neutras, pero a veces algo dicho o hecho por alguna persona nos saca de nuestras casillas. En esos casos tenemos que quitarle el protagonismo a la otra persona y ver que botón ha pulsado para causar esa reacción en nosotros.
¿Entonces, quien lleva el rumbo de nuestra vida?
Tenemos que aprender a escuchar nuestro cuerpo emocional, descubrir qué pautas de conducta tenemos, qué emociones son las que se generan cuando estamos decaídos o cuando estamos bien. Según la calidad de nuestros pensamientos, se generan emociones positivas o negativas, ¡Somos lo que pensamos! Y esos pensamientos son los que llevan el rumbo de nuestra vida.
Puede que llevemos años con emociones bloqueadas en nuestro interior que afectan a nuestra salud. Emociones de exceso o deficiencia. Para empezar este proceso hay que estar abiertos a escuchar nuestras emociones, a no taparlas. Hay que tener el coraje suficiente para abrirnos a entender porque hay tanto recuerdo del pasado todavía en nuestros pensamientos y depurar aquello que ha creado el bloqueo emocional.
Cuando nos sentimos inestables, bajos de moral y con emociones extremas, tanto de exceso como: ira, agresividad, cólera, como de deficiencia: víctimas, tristes, con miedo, hay que tener el valor de mirarlas, de reconocerlas, de ver lo que nos quieren decir, descubrir que lección podemos aprender de ellas, depurarlas y dejarlas ir.
Nuestro cuerpo graba la impresión que las emociones dejan en él. Es maravilloso poder utilizar estas señales para detectar qué funciona mal en nuestra vida, donde somos incoherentes, para a partir de ahí, encontrar qué debemos modificar y sanar. La enfermedad llega cuando esas señales no son escuchadas durante mucho tiempo, nuestro cuerpo clama a gritos, pero no le hacemos caso. Si nada cambia, la enfermedad seguirá su ritmo, pero si le hacemos caso e indagamos en nuestro interior podemos encontrar por donde empezar a sanar nuestro cuerpo y nuestra vida, adaptándonos a un modo de vida más coherente.
Carl Jung decía que la enfermedad es un maestro. Cuando hay un síntoma hay que escuchar el cuerpo para entender que nos quiere indicar. El cuerpo se comunica con nosotros a través de las emociones y son el vehículo para unir consciente e inconsciente. Entonces, cuando sufrimos un shock o una situación que nos impacta emocionalmente de una manera fulminante, imprevista, si la vivimos en aislamiento, creemos que no hay solución aparente, bastante dramática, según la intensidad del shock se definirá la intensidad del síntoma.
La mente humana es un instrumento apasionante. Tenemos mucho que aprender y descubrir para conocernos en más profundidad. Tomando las riendas de nuestra vida, sintiendo que somos nosotros los que día a día, pensamiento a pensamiento vamos diseñando lo que nos va sucediendo es revelador. Tomemos conciencia de lo que somos e intentemos ser más humanos.
Sonia Ferre